Un grado puede cambiarlo todo si se ajusta habitación por habitación y se programan los hábitos de forma inteligente
La atención se centra en nuestros interiores a medida que se acercan los primeros fríos. Durante mucho tiempo, se ha utilizado un único valor como referencia, fácil de memorizar pero inadecuado para muchos usos. Los especialistas abogan ahora por un enfoque más preciso de la calefacción, pensado para el confort real y la sobriedad. El cambio de rumbo no es una moda pasajera: se trata de adaptar nuestras prácticas al nivel actual de aislamiento y a nuestros ritmos de vida.
¿Qué sustituye a la regla de los 19 °C para la calefacción?
Nacida durante las crisis del petróleo, la consigna de los 19 °C reflejaba viviendas poco aisladas y aparatos rudimentarios, afirma presse-citron.net. Tenía una lógica económica, más que una base fisiológica. El experto en gestión energética Nick Barber recuerda que «esta temperatura se definió como un compromiso económico más que como un verdadero óptimo de confort».

Las renovaciones y las construcciones recientes cambian las reglas del juego: paredes mejor aisladas, acristalamientos eficientes, regulaciones más precisas. En este contexto, se impone un nuevo punto de referencia para las estancias: 20 °C, valor ya adoptado por muchos usuarios. Este aparente aumento no es una relajación, sino el ajuste de un marco que se ha quedado obsoleto para la calefacción.
Este grado adicional mejora la sensación térmica en el día a día, especialmente durante actividades sedentarias como la lectura o el teletrabajo. Reduce las estrategias de compensación incómodas: superposición de capas, desplazamientos a zonas más cálidas, uso de soluciones auxiliares. El objetivo sigue siendo el mismo: un confort sobrio, sin gastos innecesarios.
Por qué 20 °C se convierte en la referencia de la calefacción moderna
La comodidad no depende de una sola cifra. La humedad, la circulación del aire, la actividad y la ropa son factores muy importantes. El especialista Brad Roberson lo resume así: «La sensación de confort térmico depende de muchos factores más allá de la simple temperatura». Un valor mejor elegido evita las desagradables diferencias entre una habitación y otra.

A 20 °C, el cuerpo mantiene más fácilmente sus 37 °C en situaciones de calma. Las diferencias de temperatura en la piel son menores y la tensión muscular disminuye. Esta estabilidad también limita la condensación en las paredes frías, que favorece la aparición de moho y olores. Menos humedad estancada significa un aire más saludable y superficies mejor conservadas con el paso del tiempo.
Esta referencia no impone la uniformidad. Sirve de punto de referencia para ajustar según los usos y la hora. Se mantiene un margen de maniobra si varias personas ocupan la misma habitación. La calefacción sigue siendo una herramienta, no un dogma: se busca tanto el confort percibido como el ahorro verificable.
Ajustar cada habitación y programar sin complicaciones
Los expertos recomiendan temperaturas según el uso. Las salas de estar rondan los 20 °C, punto de referencia del confort diario. Las habitaciones se mantienen más frescas, entre 16 y 18 °C, lo que favorece el sueño y un descanso continuo. Las zonas de paso se satisfacen con unos 17 °C, sin sensación de corrientes de aire.
El cuarto de baño es una excepción, con 22 °C para evitar el choque al salir de la ducha. Este objetivo limita el sobrecalentamiento en las zonas donde se permanece poco tiempo. También reduce la tentación de abrir las ventanas de par en par, un reflejo costoso que disipa un calor mal distribuido. Es mejor un ajuste preciso que una calefacción demasiado fuerte que luego hay que corregir.
La tecnología simplifica estos ajustes. Los termostatos conectados programan consignas por habitación y por franja horaria, lo que genera hasta un 15 % de ahorro anual. En teoría, cada grado más supone alrededor de un 7 % más de consumo. En la práctica, una consigna adecuada evita los suplementos, la ventilación excesiva y las desviaciones que acaban costando más.